Alumnos de la Universidad Panamericana se preparan para alcanzar la cumbre del Iztaccíhuatl
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Fotografía: Andrea Gallardo |
Por Andrea Gallardo
Los 13 participantes llegamos al Nevado el sábado 2 de noviembre y subimos desde el campamento denominado La Joya. Estuvimos ascendiendo durante dos horas y media a la cima y, durante ese trayecto, disfrutamos de un paisaje de bosque templado con pinos y oyamles que, poco a poco, se iban convirtiendo en zacatonales, musgos, rocas y arena hasta llegar a piedra volcánica en la cima. Al alcanzarla, celebramos nuestro logro con una agradable plática acompañada de chocolates y galletas. Regresamos en la tarde y no faltó buen ambiente y calidez alrededor de la fogata, al tiempo que preparábamos un delicioso menú compuesto por sopa caliente y tortas. Como dice Lorena Cueva, una de las participantes que subía por primera vez al volcán, “arriba de la montaña lo que comas es un manjar, la comida en verdad sabe diferente”. A las 7 am del día siguiente nos preparamos para subir por segunda vez el Nevado, pero ahora por una ruta distinta, más corta pero más empinada y complicada. Todos conseguimos llegar a la cima las dos veces.
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Fotografía: Andrea Gallardo |
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Lorena Cueva nos explica que el alpinismo es un deporte que respeta, ya que se necesita cabeza, constancia y entrenamiento “pero sobre todo buena actitud, así que en mi grupo no falto eso, iba rodeada de personas positivas.” Los 13 participantes, sin conocernos todos al principio, logramos hacer un equipo excelente. José Pablo Cárdenas, alumno de la UP y uno de los guías del recorrido, asegura que somos un grupo muy fuerte y que subimos a un muy buen ritmo con pocos descansos. También menciona que es un grupo “con mucho ambiente de compañerismo y motivación grupal, algo que se hace especialmente importante cuando surgen problemas o momentos de estés y cansancio.”
Constancia, voluntad, entrenamiento y fortaleza no es lo único que se necesita para este deporte. En las altas montañas, debido a la altura y a que disminuye la presión atmosférica, el oxígeno que recibe el cuerpo cada vez es menor y esto ocasiona el
“mal de altura”. Este es uno de los obstáculos a los que deben enfrentarse los participantes. Aun así, todos coinciden en que vale la pena. A Lorena en el primer ascenso le dio el mal de montaña y, al llegar a la cima, le dolía la cabeza, tenía náuseas y se sentía mareada. Sin embargo, al siguiente día se sintió muy bien. “Subimos otra vez a la cumbre y ya todo fue perfecto, mi amiga me preguntó que cómo me sentía, le dije que ‘súper bien’ y ella me respondió: ‘bien, ya te estás aclimatando’.
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Fotografía: Andrea Gallardo |
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Lo cierto es que todos tienen un motivo claro para desarrollar este deporte. Juan Pablo Aspe, alumno de derecho, que subirá por primera vez el Iztaccíhuatl, nos platica que, además de ser un reto personal, siempre ha tenido curiosidad de saber por qué los alpinistas tienen ese extraño amor a la montaña. “Quiero experimentar esa sensación que quizás pueda atraparme de igual manera que a ellos”, confiesa. También reconoce que experiencias como esa “hacen que te des cuenta, por una parte, de tu grandeza, pues conquistas miedos físicos y mentales como el hambre, el frío, el cansancio, el miedo o el vértigo. Por otro lado, también te das cuenta de tu pequeñez pues, frente a esas grandes montañas, no eres nada.”
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Fotografía: Andrea Gallardo |
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México, D.F.,
ResponderEliminarviernes 25 de diciembre de 2015.
Hola,
Me parece interesante el artículo, aunque no estoy del todo de acuerdo con eso de "nuestra pequeñez" y que "no somos nada". Tan somos algo, que logramos llegar a la cima de las montañas. Aunque en efecto, las montañas son grandiosas, tampoco hay que menospreciarnos de esa manera.
Feliz fin de año y saludos desde la Ciudad de México,
Eduardo Bravo A.