Del amor al odio, de la grandeza a la pobreza y del intento por resurgir de sus cenizas: esta es la historia del cine mexicano.
Por Paula Vázquez
Según cifras del IMCINE, el 60% de los mexicanos asiste a las salas una vez a la semana, pero la cartelera no siempre otorga espacios suficientes a las películas nacionales. En el año 2011, se estrenaron en nuestro país 260 filmes extranjeros y tan sólo 55 mexicanos. Ante un escenario tan desigual, no es sorpresa que el público mexicano consuma en su mayoría películas que no se producen dentro de nuestras fronteras. La pregunta que nos hacemos es qué le pasa a nuestro cine –y qué nos sucede a nosotros mismos- para que esos títulos nacionales tengan actualmente tan poca acogida entre el público. Para dar respuesta a esta cuestión, les invitamos a conocer la evolución del séptimo arte en México.
¡Ahí va otra vez! La cinta se está quemando, la multitud descontenta comienza a chiflarle al cácaro para que recupere el tiempo perdido que ocasionó la calcinación del filme. Es época de intermedios, de permanencia voluntaria, de programas triples y de cines con dobles pisos. Eran tiempos en los que uno podía permanecer todo el día viendo películas por tan sólo cuarenta centavos. Estamos hablando de hace 80 años, la época de esplendor del cine mexicano.
En aquellos tiempos, los cines mantenían un aire de majestuosidad que iba de la mano de las historias y los artistas que nos entretenían en pantalla. Luminarias como Dolores del Río, Jorge Negrete, María Félix, Arturo de Córdova, Sara García, Pedro Infante, Silvia Pinal y Joaquín Pardavé invadían las salas. Eran ídolos nacionales y la gente acudía fielmente una, dos y hasta tres veces a ver sus películas.
La calidad en la producción, realización y actuación de las cintas elaboradas durante esta época en nuestro país eran equiparadas con aquellas procedentes de la meca del cine de aquel entonces –y que aún permanece hasta nuestros días-: Hollywood. En este ambiente se cultivaron y formaron aclamados directores como Ismael Rodríguez –Los Tres García-, Emilio “El Indio” Fernández –Salón México- y Luis Buñuel –Los Olvidados-. Además, en esos años nació Gabriel Figueroa, uno de los representantes del séptimo arte más respetados y que marcaría un antes y un después en la fotografía del cine mexicano.
El principio del fin
Desafortunadamente, la era del cine nacional llegó a su fin debido a múltiples factores, como la llegada de la televisión, la repetición de temáticas sobre charros, los cambios políticos, la censura y la transición del cine en blanco y negro al cine de color. A partir de ahí comenzó a disminuir la calidad de manera exorbitante, lo que dio lugar a la época decadente del cine mexicano. Es tal vez aquí donde comienza a surgir por parte de la población mexicana un repudio a las cintas que surgieron entre 1960 y 1990.
No está de sobra mencionar que en estos años el país pasaba por una mala etapa en su economía. La escasez de recursos en el ámbito cinematográfico no daba para más y esa carencia dio pie a la creación de las llamadas cintas de “ficheras”, dirigidas a un público menos exigente debido a la pobreza en su realización y a su lenguaje vulgar y soez.
Si bien es cierto que durante este tiempo el cine en México no brilló por su excelencia, hubo realizadores y películas que buscaron contrarrestar este escenario. Entre ellos encontramos nombres como Arturo Ripstein –El Castillo de la Pureza- y Gabriel Retes –El Bulto-; por desgracia, sus películas no tuvieron mucha distribución y prácticamente pasaron desapercibidas.
Las producciones mexicanas que llegaban a los complejos cinematográficos eran –dicho de forma brutalmente honesta- pésimas y se las descalificaba con el nombre de churros. Los espectadores nacionales optaban por ver películas extranjeras –en su totalidad estadounidenses- que dejaban muy atrás a las cintas hechas en México.
El resurgimiento
La situación del cine nacional era crítica y parecía que nunca nos recuperaríamos de tan profundo bache. Sin embargo, al igual que en la decadencia, comenzaron a darse múltiples factores para llegar a lo que se le conoce como El Nuevo Cine Mexicano de los años 90, que vino a rescatar la manera de hacer y ver cine en nuestro país. En las recientemente inauguradas escuelas de cine empezaron a graduarse los primeros especialistas en el séptimo arte, jóvenes que tenían inquietud en elaborar nuevas y frescas propuestas que demostraran que lo hecho en México estaba bien hecho.
Como respuesta a las exigencias proclamadas por los nuevos representantes del cine nacional, el Gobierno, para conseguir la revalorización del cine mexicano, llevó a cabo la realización del Fondo de Producción Cinematográfica de Calidad (Foprocine) y el Fondo de Inversión y Estímulos al Cine (Fidecine). Esto sucedía en la década de los 90, en la que los exponentes más significativos del cine en México eran Nicolás Echeverría –Cabeza de vaca-, Carlos Carrera –La mujer de Benjamín-, Alfonso Cuarón- Sólo con tu pareja-, Guillermo del Toro –Cronos-, Jorge Arau –Como agua para chocolate. Estos cineastas demostraron que se podían contar historias que proponían ver más allá del mundo de ficheras y que mantenían un perfil alto en cuanto a su elaboración y dirección.
Si bien existían películas como las anteriormente mencionadas, los últimos años del siglo XX experimentaron altas y bajas y, a pesar de que se logró que una parte de la sociedad volviera a creer en el cine nacional y comenzara a optar por sus propuestas en cartelera, todavía se mantenía el repudio de los mexicanos hacia las cintas de su propio país.
Dónde nos encontramos actualmente
No fue sino hasta 2000, con la llegada del filme Amores Perros, del director Alejandro González Iñárritu, cuando México amaneció del letargo que vivía su cine. Despertó también un sentimiento de orgullo e hizo notar que nuestro cine podía estar a la altura de aquellas películas de talla internacional. Se demostró que podíamos competir por un lugar en los Oscar y obtener el premio de la Crítica en el Festival de Cannes. Empezamos a generar nuevos ídolos mexicanos como Gael García y Diego Luna, que comenzarían a trabajar juntos en la película Y tu mamá también, de Alfonso Cuarón. La aceptación del cine mexicano fue un fenómeno que se desató rápidamente, hasta el punto de consolidar a Del Toro, Iñárritu y Cuarón como el trío de los “Tres Amigos”, apodo que acuñaron cuando lograron obtener un lugar en la 79ª edición de los Oscar.
Alfonso Cuarón, Alejandro González Iñárritu y Guillermo del Toro en la 79ª edición de los Oscar.
A partir de aquí la gente regresó a ver cine mexicano, aunque también se volvió mucho más exigente con las nuevas propuestas. Los cineastas estaban listos para presentar la realidad por la que atravesaba nuestro país, ya que contaban con la libertad de expresar su sentir respecto a ese panorama social. Además, en este tiempo hemos sido capaces de introducirnos en el escenario internacional. Lo hemos conseguido a través tanto de nuestras cintas como de nuestros directores, actores y guionistas, que hoy en día ya compiten y son aclamados –por la crítica y los espectadores- en festivales de talla internacional.
A pesar de todo ello, las películas producidas en nuestro país todavía deben enfrentarse al más duro de los retos, y es el que supone ese sentimiento malinchista que tanto afecta a nuestro cine. Llegados a este punto, conviene que nos preguntemos ¿por qué seguimos prejuiciados en contra de nuestras propias películas? Quizá no haya una respuesta, o tal vez haya miles que puedan aclarar esta gran duda y aún no las conocemos. Pero lo que sí se puede asegurar es que el cine de hoy no es el mismo que era hace veinte años, como tampoco se parece al de hace setenta: hoy tenemos una nueva forma de hacer cine.
Incluso después de haber modificado y mejorado las producciones cinematográficas en nuestro país, el problema continúa. No es solamente un sentimiento negativo que se genera entre los individuos de la sociedad mexicana, sino que el oligopolio de los exhibidores y distribuidores cinematográficos en México perjudican al cine nacional. Delimitan su presencia en las salas, debido a que se tiene la idea de que las películas mexicanas no son tan rentables como las extranjeras, por lo que se les otorga las peores fechas, horarios y salas disponibles.
En un futuro no muy lejano
Pareciera que el éxito de una película nacional sólo es posible si primero fue exitosa y aclamada en otro país. Esto es lo que ha ocurrido en el caso del mexicano Alfonso Cuarón, que sí ha triunfado en Estados Unidos con su cinta más reciente Gravity, o Eugenio Derbéz, que lo ha hecho con el filme No se aceptan devoluciones. Si bien no se puede comparar una con otra, lo cierto es que en ambos casos el éxito se obtuvo, en un primer momento, fuera de México y, sólo meses después, dentro de nuestras fronteras.
Finalmente podríamos decir que el hecho de que los mexicanos no consuman su cine se debe a múltiples factores. Las personas aún están indecisas y poco convencidas del escenario del nuevo cine mexicano y, mientras esa desconfianza sea alimentada por los complejos cinematográficos, difícilmente podremos hablar de un futuro prometedor.
Es cierto, aún existen películas mexicanas que cuentan con una pobre elaboración y realmente no son atractivas para el espectador, pero no podemos generalizar, México tiene una estrecha relación con el séptimo arte y sería muy difícil y doloroso si esta unión llegara a romperse. De momento, no debemos perder la esperanza porque lo cierto es que existen muchos jóvenes y nuevos talentos que ofrecen propuestas nuevas, frescas y prometedoras en el ámbito cinematográfico.
Entre ellos, podríamos mencionar a Fernando Eimbicke, con su Club Sándwich, ganadora de la Concha de Plata en el Festival de San Sebastián, a Claudia Saint-Luce, con la cinta Los insólitos peces gato, ganadora del premio Fipresci del Festival Internacional de Cine de Toronto, o a Amat Escalante, con el filme Heli, ganadora del premio al mejor director en el Festival de Cannes y nominada para representar a México en la próxima entrega de los premios Oscar.
Aunque por el momento a estas películas se les denomina festivaleras, lo cierto es que son una bocanada de aire fresco y de alguna manera un aliciente para que los mexicanos volteen a ver qué es lo que están haciendo en nuestro país cuando lleguen a las carteleras nacionales.
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